ARCHIPIÉLAGO CATURLA
caturla, coleccionista
En plena edad dorada del mercado artístico, los Kocherthaler, reunieron desde comienzos de siglo una excelente colección de obras de arte, a la que una entusiasta y estudiosa María Luisa dio vida propia. Sus tablas góticas inspiraron los bordados del femenino Taller del Encaje del que era fundadora, permitieron a los grandes especialistas europeos, como Justi, Richert o Friedländer, reconstruir la historia de la pintura hispana del siglo XV, e inspiraron muchos pasajes de su Arte de épocas inciertas. También poseían pinturas modernas, quizá a partir de la Guerra del 14, cuando galeristas como Otto Van Wätjen y artistas europeos en apuros tuvieron que desprenderse de sus obras. Courbet, Van Gogh, paisajes impresionistas o Seurat figuraban entre las posesiones. La colección se deshizo al cabo de pocas décadas y hoy está dispersa por los museos del mundo.
Debe de ser un gran placer contemplar durante años en la intimidad doméstica un cuadro tan sencillo y tan esencial
josé ortega y gasset
Breslauer,
el arquitecto
En 1921, Kuno y María Luisa Kocherthaler se instalaron en un palacete en el Paseo de la Castellana de Madrid, diseñado por Alfred Breslauer, un reputado arquitecto que trabajaba para la comunidad judía del Dahlem berlinés. Construida en un estilo sobrio y monumental, a medio camino entre el clasicismo palladiano y el prusiano, el edificio respondía a la personalidad de Kuno Kocherthaler, cuyo próspero negocio se desenvolvía a caballo entre Alemania y España. Fue allí donde instalaron su espléndida colección.
→ Casa Kocherthaler en Madrid
Breslauer & Salinger (activos 1901–1933)
Casa de Kuno Kocherthaler, Madrid, 1923
Fotografía
Architekturmuseum TU Berlin
Flechtheim,
el marchante
El galerista Alfred Flechtheim, en cuya revista colaboraron Caturla y Ortega y Gasset, fue además una figura importante en la creación de la colección. Su primera galería en Düsseldorf (1913) se hizo célebre por la difusión de Kandinsky, Gabriele Münter, Marie Laurencin y los expresionistas del Rhin, que tanto admiraba Caturla. Aunque su negocio quebró durante la Gran Guerra, volvió a abrir en 1919. Sus fiestas se hicieron legendarias.
Otto Dix (1891–1969)
El marchante de arte Alfred Flechtheim, 1926
Óleo sobre lienzo
Staatliche Museen zu Berlin
Artepics / Alamy Stock Photo
Lochner,
el gótico alemán
Esta obra de la colección vendida al museo de Cleveland pudo muy bien inspirar a Caturla sus detalladas descripciones del «continuo fluir de la ornamentación del siglo XV» que aquí protagoniza el cuadro: las espesuras onduladas e inquietas del enorme y brillante manto carmesí, y el rico fondo de terciopelo con su insistente decoración abstracta son propios del arte alemán, que «nos revela a través de su historia un alma impresionable en extremo y entregada a toda suerte de agitaciones».
Stefan Lochner (1400–1451)
La Virgen coronada por ángeles, 1450
Óleo sobre tabla
The Cleveland Museum of Art
Miguel Ximénez,
objeto de estudio
«Agilidad, premura, fórmulas gráciles y quebradizas, plegado revuelto y afán por el menudo pormenor». Estas cualidades de la pintura del siglo XV atrajeron a expertos como la hispanista Gertrud Richert, que analizó las tablas de san Miguel y santa Catalina de Miguel Ximénez, y les dedicó un artículo en 1927.
Miguel Ximénez (activo 1462–1505)
San Miguel, 1475–1485
Técnica mixta sobre tabla
© Museo Nacional del Prado
El Greco,
el preferido
Atraída por el significado espiritual y artístico de la obra del cretense, esta Verónica ocupó la predilección de Caturla y fue motivo de un breve pero intenso estudio sobre ese tema. Le atraía su vertiente manierista: esa forma de desplazar la figura del eje central y de envolverla en una sombra inmensa. Y se pregunta «¿Cuál es la prehistoria de ese abismo negro? Hay que hacer la historia de esa nocturnación».
Doménikos Theotokópoulos, el Greco (1541–1614)
La Verónica de la Iglesia de Santo Domingo el Antiguo, 1580
Óleo sobre lienzo
Colección particular
Granacci,
la devoción italiana
«Hay en el arte italiano momentos de serenidad inexplicable». Caturla aprendió a apreciar lo italiano frecuentando las colecciones florentinas, gracias a sus estancias en la villa de una amiga íntima, y leyendo a Wölfflin. Sentía predilección por ese momento de umbral que es el siglo XV toscano: «Todo lo que viene de Florencia es fino y frágil». Esta obra temprana de Francesco Granacci, un quattrocentista rezagado en cuya órbita trabajaría precisamente Alonso Berruguete, presidía el despacho de la casa y se encuentra ahora en el Museo de Arte de Portland (EE.UU.).
Francesco Granacci (1477–1543)
Virgen con Niño y dos ángeles, 1495
Temple sobre tabla
Donation of The Samuel H. Kress Foundation
© Portland Art Museum
Courbet, en la
intimidad doméstica
En cierta ocasión, Caturla le envió a Ortega fotos de una marina de Courbet (hoy ilocalizable) que tenía en su casa: la imagen de una ola. «Debe de ser un gran placer —contestaba este— contemplar durante años en la intimidad doméstica un cuadro tan sencillo y tan esencial. Poco a poco se va cargando de sentidos, como de electricidades adventicias. No es una ola; es la Ola, el hecho elemental marino, lo que Goethe llama un Protophänomenon». (Carta de Ortega y Gasset a Caturla, s/f, CD-C/128).
Gustave Courbet (1819–1877)
La ola, ca. 1869
Óleo sobre lienzo
Donación de Sir Alexander Maitland en memoria de su mujer Rosalind en 1960.
© National Galleries of Scotland
Van Gogh,
la modernidad
Durante mucho tiempo la colección Kocherthaler fue conocida por ser la única en España que poseía obras de Van Gogh, al menos un dibujo, Terrain rocheux que, datado en 1889, pertenece a uno de los momentos más intensos del pintor, recién instalado en Arlés, cuyos eriales terrosos despiertan su emoción de la naturaleza. Y aun no disponiendo aquí de aquella obra, se explica la admiración de Caturla por Van Gogh, por su trazo enmarañado y sus espacios convulsos, tan propios del serpenteo que priva en el arte europeo en torno a 1880 y que ella designa como un estilema crucial de la incertidumbre.
Vincent Van Gogh (1853–1890)
La Roca de Montmajour con pinos, 1888
Lápiz, bolígrafo, pluma de caña y pincel y tinta, sobre papel
Museo Van Gogh, Amsterdam (Fundación Vincent van Gogh)